El último mohicano analógico


Hablando hace poco con Marc Prensky en el Ninth Pan-Commonwealth Forum (PCF9) on Open Learning, Septiembre 9-12, 2019 (Edimburgo, Escocia, Reino Unido, Europa – al menos, todavía :-), y escuchando su conferencia sobre el currículo basado en objetivos realizados significativos (accomplishment) en lugar de estudios y datos pasados sobre posiciones, no paraba de pensar en el término que acuñó: nativos digitales. Hoy en día resulta casi obsoleto, no más de 18 años después de su nacimiento. Ahora contamos con millenials, centenials y otros términos raros para describir a la chiquillería hiper-conectada. Existen estudios sobre cómo gestionar sus emociones, el miedo al fracaso, la adquisición de competencias, que ganen y que pierdan, que le salgan los reglones torcidos y que hoy no se levantan con humor para compartir o hacerse la cama.

Con Mark Prensky en PCF9

De hecho, algunos hasta denuncian a los padres que les oprimen con esas reglas estrictas sobre no tener el móvil como acompañante del almuerzo, o limpiar la ducha después de utilizarla. En resumen, estudios y prácticas para rebajar su sano derecho a la equivocación y la maduración al ritmo que marquen ellos y su entorno. Si me preguntan, les diré que les estamos abobando, y ellos se están aprovechando, porque el ser humano es sobre todo y ante todo bastante egoísta (Pérez-Reverte utiliza otro sustantivo convertido en adjetivo para la ocasión, algo más oclusivo).

Existe otro protagonista: el sujeto que vivió la era pre-internet, incluso pre-ordenador personal, y que representa ahora mismo el último mohicano analógico

Pero no nos centremos en esta camada. Parece que todo recree, emule y proyecte sobre ellos. No sé si tanto como futuro de la educación o como consumidores potenciales de la nueva ola de mercadotecnia. Olvidamos que no son los únicos sujetos de la noticia sobre digitalización, transformación digital y tantas mandangas, tantas veces sobrevaloradas y con mucha frecuencia sobre-tasadas. Existe otro protagonista: el sujeto que vivió la era pre-internet, incluso pre-ordenador personal, y que representa ahora mismo el último mohicano analógico. Somos (me incluyo) la última cosecha de algo que no se repetirá. Si Tom Cruise dignificaba el último Samurai, y Kevin Costner ensalzaba el último bastión contra el ejército yanqui en la frontera con los salvajes, no veo por qué no podemos reconocer, qué digo, reforzar la figura del abuelo analógico que llegó a utilizar incluso tarjetas perforadas, no hace tanto.

Con Terry Anderson, un histórico en educación a distancia, catedrático emérito en la Universidad de Athabasca

No he terminado nunca de ver las posturas encontradas de los negacionistas del progreso, a modo de anti-darwinistas que sí utilizan transferencias bancarias o medicamentos para mitigar la degeneración progresiva; pero tampoco la de los negacionistas del pasado, forzando a ocultar otra época que ha gestado nuestro presente. Las raíces son importantes, como volver al pueblo del padre o del abuelo para entender la cultura propia. Las raíces digitales, también. Conocer el pasado y aprender de él no va a rebajar nuestra libertad para ser algo distinto de lo que fuimos. No veo cómo se puede apreciar la mensajería instantánea sin entender los teléfonos simplex, ni el correo electrónico sin conocer los tubos de mensajería por succión de aire, ni las redes sociales sin haber vivido las plazas de los barrios. Ni nos hace más modernos, ni más chic; únicamente ignorantes sobre cómo la historia explica el contexto actual y la evolución, o de cómo Platón y su mito de la Caverna reflejan el mismo guion que la ocultación de datos en la red para vivir una vida prestada mediante un alias inmune a críticas y al contacto con el aire exterior. Aprovechemos ahora, mientras los últimos mohicanos digitales todavía vivimos, para aprovecharnos del bagaje previo que, sin duda, tiene cierto potencial para orientar la madeja de tanto sistema ultra-conectado.

Edimburgo, Escocia, UK
Septiembre, 2019