El vicio de las reglas
La Comisión Europea está a punto de cerrar su Séptimo Programa Marco. Esto significa que llevamos ya siete, uno detrás de otro. Cada programa se estructura en temáticas, estas en tópicos, estos en subtópicos. Cada uno de ellos cuenta con varias formas de financiación y tipos de proyecto (Integrated Project, Strep, Support Action, y otras). Los programas de la Comisión van desde inclusión social y asistencia (AAL), hasta tecnología (ICT), pasando por industria (CIP) o movilidad (Erasmus). La estructura es gigante, y la gestión se mueve acorde con la estructura. Sin duda, si una entidad o una persona tienen una idea brillante, es más que probable que exista una puerta a la que llamar. La competitividad es extrema y las posibilidades de conseguir financiación inversamente proporcionales a la ilusión con que cada vez, para cada proyecto, con cada iniciativa, se alimentan los grupos de trabajo.
Sin embargo, algo no funciona. Después de cientos de proyectos, en cientos de ámbitos, el ratio de conversión de una buena idea, en un proyecto implementado, es anecdótico. Es decir, la Comisión Europea proporciona fondos (e.g. 2 M Euros, para un Strep de tamaño medio) para que un proyecto se desarrolle durante digamos, 24 meses, implicando una docena de socios de otros tantos países y, al final, cuando el proyecto acaba, no existe un producto en la calle. Es decir, el mercado (llámese académico, empresarial o el usuario de a pie) no disfruta del resultado del proyecto. Es verdad que se generan prototipos más o menos operativos. Es verdad también que existirán decenas de informes, y puede que algún que otro experimento piloto que pruebe todo lo anterior sobre el terreno. Sin embargo, el producto resultante (si lo hubiera) dista mucho de ser algo implementable. Todavía restará un proceso largo y complicado para conseguirlo, suponiendo que se comience. En sí, los socios del proyecto hacen lo que se les ha dicho. Siguen las reglas al pie de la letra y realizan investigación (básica, aplicada, avanzada, incluso futurista). En esas reglas suele existir el compromiso para la implementación del resultado y para su explotación comercial. También el borrador de documentos sobre derechos de propiedad intelectual, e incluso sobre patentes. Pero dichos documentos no prueban que nada vaya a realizarse. De hecho, rara vez trata de implementarse algo en realidad. El compromiso con la Comisión Europea finaliza en el momento en que el proyecto acaba, porque así lo dice la normativa.
Nos encontramos aquí ante el vicio de las reglas. Tanto al redactarlas, como al seguirlas. La Comisión no financia un proceso de implementación, y los socios no consideran contractual más que el diseño y alguna prueba de concepto. Ciertamente, algo debemos cambiar para que el ratio de productos o resultados explotados aumente y genere un verdadero impacto en la Sociedad europea y en los entornos científico, académico y empresarial. La implementación debe estar contemplada dentro de la normativa, dentro del período de justificación e imputación de un proyecto; y los socios deben considerar esta explotación como parte indisoluble de cada proyecto, y como un indicador claro de éxito o fracaso. El Octavo Programa Marco (Horizon 2020), se encuentra a la vuelta de la esquina. ¿Europa puede permitirse otros siete años de mínimo impacto?
UNIR, Logroño, La Rioja. 2013