Inteligencia artificial, Vargas Llosa y la virtud de lo invisible
Decía Mario Vargas Llosa, el premio Nobel, el otro día, en el evento inaugural de las IX Jornadas organizadas por Futuro en español, que el escritor debe “pulir la prosa invisible hasta fundir la escritura con la realidad”. Podríamos recordar aquí también aquí al maestro Paco de Lucia, que sí logró el Príncipe de Asturias, aunque nunca obtuvo un Nobel, simplemente porque la Academia Sueca se equivoca con las categorías, dejando el arte de lado. Decía el maestro que practicó desde chico ocho horas al día para dominar una técnica con la idea última de olvidarse de ella y que no limitara su capacidad de expresión. Dominar una herramienta para no centrarse en ella, para que se funda con su diálogo.
Bien podrían haber hablado ambos de la tecnología: fundida hasta hacerla invisible, dando al software el valor de la herramienta que debería ser, en lugar de alzarlo como la piedra clave y sobrevalorada de cualquier acuerdo actual sobre el progreso. Ya vivimos esta burbuja con la aparición de los ordenadores, de los ordenadores de sobremesa, de los portátiles, de las puntocom, de los móviles y seguro que antes de todo esto, según crónicas de épocas pasadas. Y ahora toca el mismo circo con la inteligencia artificial (AI, por sus siglas en inglés). Nació hace 70 o casi 100 años, según si asignamos su incepción a Turing, a McCarthy, a IBM o a cualquier otra personalidad.
El escritor debe pulir la prosa invisible hasta fundir la escritura con la realidad
Mario Vargas Llosa
Como en algunos casos de progreso colectivo, la poli-génesis a lo largo de un período sobre un concepto que evoluciona, hace imposible poner nombre y apellidos únicos, por más que sectores interesados presionen. Y en todos estos años hemos visto desfilar conceptos y técnicas englobadas bajo este paraguas: redes neuronales, machine learning, learning analytics, heurísticas, redes bayesianas, sistemas expertos, modelado cognitivo y un largo etcétera.
Recientemente muchos hablan sobre AI en educación y no paro de pensar que, para variar, los profesores llegamos tarde. AI existe desde hace lustros y se aplica de manera muy digna para estimar a futuro, para predecir, de lo más variado: el clima, la bolsa, las migraciones, la evolución de enfermedades o de virus, las necesidades de mantenimiento, el movimiento de tropas y hasta las partidas de ajedrez. Al hablar con mis colegas educadores e investigadores, en conferencias y encuentros varios, nos damos cuenta que los profesores quieren incorporar esas herramientas pero les causa respeto la complejidad de las mismas. Más allá de consideraciones morales, éticas y legales, que las hay, el profesor encuentra cualquier software AI complicado de aprender, de configurar e incluso de utilizar a ras. Y aquí es donde la burbuja surge.
Dominar una herramienta para no centrarse en ella, para que se funda con su diálogo
Paco de Lucía
Parece que un sector interesado complicara el producto innecesariamente con el objetivo de sobre-tasarlo, a modo de consultora recalcitrante, haciendo notar cuán necesaria es una labor de asesoría complicada y costosa. Un sector, que bien podría centrar su empeño en mejorar y facilitar un servicio asequible y ya traducido para el común de los mortales. Usuarios avanzados siempre existirán, pero ese 20% del mercado, si hacemos caso a Pareto, no debe regir la interacción con el otro 80%. Al igual que no hace falta ser un maestro de la mecánica para conducir un utilitario, no resulta imprescindible aprender términos crípticos para ser un usuario digno de la inteligencia artificial aplicada a cualquier parcela, educación incluida. El secreto consiste en mejorar la experiencia del profesor y del estudiante, simplificando y adaptando los servicios a sus necesidades, y haciendo que toda la parafernalia tecnológica se funda hasta hacerse transparente, como la prosa del Nobel o la técnica del virtuoso.
Logroño, La Rioja
Octobre, 2019